Era temprano pero ahí estaba él una vez más.
-Un café solo bien cargado, por favor.
- Serán… 1,20€
Sin rechistar pagó. Euro más, euro menos, ya le daba igual. Cuando se ha perdido todo, ¿qué más da un poco más?
Todo había empezado hacía unos 8 años. Él era feliz en su matrimonio pero llegó el momento de irse a Marruecos, a donde lo habían destinado en el trabajo. Su mujer se negaba en rotundo y comenzó a comportarse de una manera irracional. Simplemente no quería que se fuera, era su marido y lo quería en casa y no veía más allá…
-Las cosas son como son y yo volveré antes de lo que piensas.
Al final se fue y como prometió, volvió antes de lo previsto, pero no se encontraba cómodo en el que tantos años fue su hogar. Por cabreo y sin haberlo pensado, cometió alguna que otra tontería. No quería decírselo a nadie y menos a su propia esposa. No sabía por qué había hecho todo eso, pero ahora ya era demasiado tarde para arrepentirse.
Una vez en casa las cosas, sin saber cómo, ya no eran como antes.
-Tampoco ha pasado tanto tiempo… solo fueron tres meses… ¿Por qué se comportan así?
El pequeño era demasiado pequeño, pero el mayor sabía perfectamente lo que hacía.
-Bueno, no puedo pedirle demasiado, sale a mí. No me va a dar más cariño que el preciso y si puede fastidiarme, no tardará en hacerlo.
Su carácter se fue agriando poco a poco. Nunca fue un hombre extremadamente cariñoso, salía a su padre en casi todo. Su nariz era afilada, sus ojos tenían un tono verdoso que resultaba veneno. Su pelo se había ido volviendo cano según pasaban los años. Su rostro en otro tiempo tan tierno, se había vuelto afilado y cada arruga mostraba todo lo que había sufrido desde niño: peleas, enfados, escapadas, trastadas… Cada segundo de vida lo tenía escrito en la frente. Puede que ahora todo eso se le estuviera viniendo encima. Además su esposa no lo besaba como antes y sus hijos…demasiado pequeño o demasiado parecido a él. Por H o por B esa casa no era como antes y eso le quemaba cada vez más.
La situación no mejoró y un día su esposa se desmayó al salir de la cama. No habría sido nada si no hubiera sido por el fuerte dolor que sentía ella en su espalda. Sin más fueron al médico y a ella le diagnosticaron una grave enfermedad. Su cuerpo se iría paralizando poco a poco hasta que ya no quedara más que huesos.
-Estaré a tu lado pase lo que pase.
Y así fue al principio, pero las cadenas impuestas por ella fueron la gota que colmó el vaso. Si antes era reservado, ahora lo era mucho más. Él se dedicaba a ella y los niños dejaron de ser niños sin que se dieran cuenta. Él no tenía tiempo ni para pensar pues por ella hacía lo que fuera. La culpa que sintió toda su vida por deslices pasados le perseguía todavía e intentaba, al centrarse tanto en ella, que lo perdonara por cosas que ella ni conocía.
-Desde aquel viaje todo se ha estropeado. Éramos felices y ¿ahora qué? Tú estás enferma y yo… creo que me estoy volviendo loco. Los niños crecen sin nuestra ayuda. ¿Para qué estamos entonces?
Ella no respondía. Era el día en el que le inyectaban unos medicamentos y no se encontraba nada bien. Con el rostro amarillo y los ojos rotos ella lo miró. Era esa mirada triste que tantas veces había visto en estos meses de enfermedad. Era una mirada de súplica, de cansancio. Una mirada que pedía que todo eso parara. Pero él no podía hacer eso…
Un buen día vino otro jarro de agua fría. Su madre también estaba enferma y todo se iba a desarrollar de forma muy rápida. Octubre, noviembre, diciembre, enero… y así hasta junio. Un pilar de su vida se cayó y por poco no cae también otro más importante, su propio hermano. Él, que en tanto lo había apoyado, se encontraba en una cama con miles de cables a su alrededor. Su fortaleza se había escondido pero en sus ojos se encontraban las ganas de seguir adelante.
-No puedes rendirte. Muchos como yo esperamos que te recuperes. No sé qué haría sin ti.
Esos detalles fueron mejorando pero otros caían con más velocidad. La enfermedad de su esposa se agravaba. Además de eso, su relación con ella se volvía insostenible. Ella estaba muy irritable y él era solo un preso de esos muros. Su hijo mayor tenía la vida resuelta y lamentaba no haber podido ayudarlo. Su hijo, el pequeño, vivía más con las vecinas que con él mismo. La casa se caía y no podía sostenerla. No tenía fuerza física ni mental.
Una mañana de noviembre se despertó. La cocina estaba hecha un desastre. El mayor había ido al trabajo y el pequeño había hecho un intento de desayuno. Su esposa lloraba en el baño, había vuelto a caerse. Esta vez él no fue a socorrerla pues sabía que él también se caería, no del mismo modo, y entonces sí que nadie podría levantarlo.
-Qué frío- se dijo.
Se vistió con su ropa de siempre, unos pantalones oscuros, una camisa a rayas y la chaqueta de cuero. Cogió el paquete de tabaco, era lo único que lo calmaba. De su cartera sacó un par de monedas, las justas para la mañana y dejó todo en el taquillón de la entrada. Tampoco cogió las llaves.
Abrió la puerta y escuchó que su mujer lo llamaba a gritos. Él, sin más dilación abrió la puerta y se fue. Se encontró con varios vecinos que le preguntaban por él y por su familia. Con una sonrisa fingida respondía que ahí seguían. Al salir del edificio se paró pues no sabía a dónde ir.
-A dónde siempre ¿no?
Y eso hizo. Encaminó sus pasos a ese bar pequeño que estaba en la calle de atrás. Entró.
-“El mismo humo de siempre, el mismo ambiente de siempre. Tan temprano y tan lleno.”- pensó.
Se sentó en la barra, encendió un cigarrillo y el dueño del bar se acercó a él. Tras una corta conversación le preguntó qué iba a tomar y él, por última vez, contesto:
- Un café solo bien cargado, por favor.
2 tazas de té:
Hostia, menuda putada de vida xDDDD
Ni el café Dafne, ni el café.
Dios Bea... que escalofrío me ha entrado...aiss (soy tu prima...:P)
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