Rain

-Ahora es el momento –dijo en voz alta, aunque sabía perfectamente que nadie la iba a escuchar.

Justo cuando el día se había oscurecido y había comenzado a llover con fuerza, fue cuando ella decidió salir. No fue casualidad que lo pensara en aquel preciso instante. Esa idea llevaba todo el día rondándole por la cabeza, pero la vagueza y el deber la ataban a esa silla de terciopelo. A ella le encantaba la lluvia. Le gustaban los días nublados y su frescor. Y por eso, fuera casualidad o no, había llegado su momento del día, justamente entonces. Cambió su uniforme casero por uno más apropiado. Cambió su típico abrigo negro por una fina gabardina; su larga bufanda, por un pañuelo bicolor. En vez de enfundarse sus botitas de agua, se decidió por unas más finas que la habían acompañado durante mucho más tiempo. Cuántas Conversaciones habían presenciado… Llevaba tiempo sin ponérselas pero decidió que también a ellas les vendría bien un poco de aire fresco. Sabía perfectamente que esos zapatos no eran para la lluvia, pero poco le importó.

-Ya estoy lista – volvió a pronunciar en voz alta.

No cogió su móvil, ni las llaves, ni bolso, ni cartera. Se giró para mirarse en el pequeño espejo, abrió la puerta, bajó las escaleras y tomó la calle, no sin antes coger el pequeño paraguas (podría haber salido sin él, pero optó por dejarle que la acompañara).

No sabía muy bien a dónde la llevarían los pies. Era frecuente verla caminar a la deriva, con o sin compañía, pues confiaba plenamente en sus pasos y no les preguntaba demasiado. Caminaba, caminaba bajo un paraguas. Luchaba contra el viento. “Necesito un golpe de suerte… ¡Algo!” Cogió por el paso de peatones. Bien le habría venido cruzar corriendo esa carretera, pero en una ciudad como esta, no se puede tentar tanto a la suerte en cuanto a coches se refiere. Ella seguía bajo el paraguas y observaba con tranquilidad como la lluvia lo llenaba todo, como las gotas chocaban contra los cristales, como las luces de los coches descubrían más y más lluvia. Bajo ella se sentía cómoda. Tenía los pies empapados, pues había caminado por los charcos, como si con sus botas de agua fuera. Su tranquilidad había llegado así que decidió que ya debía volver para seguir con sus quehaceres. Se dio la vuelta y entonces un coche pasó demasiado cerca de la acera, llenándola de agua. Un segundo coche repitió la hazaña, para que le quedara bien claro que había agua en el asfalto. Ella, más que enfadarse o molestarse, sonrió. Se miró los pantalones: empapados. Se miró la gabardina: empapada. Miró, por último, sus zapatos: era imposible que no estuvieran mojados. Entonces fue cuando una carcajada salió de debajo de aquel paraguas. “Mi golpe de suerte” –pensó. Era verdad que su momento del día había llegado. Quizá, en ese momento, solo necesitaba un poco de lluvia para sonreír, que un coche la empapara para echarse a reír. Quizá solo necesitaba un poco de todo para ser feliz.

1 tazas de té:

Juan Carlos Loaysa 13 de enero de 2010, 23:12  

El momento llegó... un golpe de suerte un poco húmedo :P Me gustan mucho tus relatos, su frecura, como ya te dije en una ocasión. La historia de la chica de las botas de agua me está empezando a gustar...

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"Una profunda pesadez atenazó sus miembros, su pecho se cubrió de gruesa corteza, su pelo se convirtió en hojas, sus brazos en ramas y sus pies, antes tan veloces, fueron atrapados por lentas raíces, mientras que su rostro fue la copa. Nada quedó de ella, excepto su luminoso encanto."